jueves, 20 de marzo de 2008

HE NACIDO


La vida, vida. Enhebra la amplitud
De mis desarropadas extensiones.
De aquí procede el nombre de la Tierra,
La Tierra que palpita, gime y sangra,
Que mancha los rincones más recónditos ,
Que alcanza y tiñe el mineral del alma.

La vida que pregunta que es la vida,
Que se recobra al eco y se despierta
Consciente de su ser y su importancia.

Porque he nacido al día que se extiende,
En las aladas rosas del almendro.
Porque arden mis pulmones por la miel
Dorada de los pálidos cerezos.
Porque he resucitado con las flores
En la maldita hierba de los versos.

¡oh, resurrecta y verde primavera!
La vida, Vida, ha vuelto a su palabra:
el cauce de la música olorosa
Enjuga hasta el azul de las montañas.

lunes, 17 de marzo de 2008

Notas para un Diario I

Vivo el 17 de Marzo de 2008. He gastado esta fecha exacta inconscientemente, y no me arrepiento. Volvía de Madrid en autobús. El sol de la tarde se repartía espléndidamente entre las desmenuzadas nubes. Aquellos sensuales y voluptuosos cúmulos cubrían el cuerpo dorado y divino del sol, como las prostitutas de Hamburgo cubren y descubren su cuerpo cuajado de sombras y claroscuros, para despertar el deseo de los ebrios marineros condenados por tan certero canto, a través de los despabilados cristales.

Acababa de salir del cine, Herido por una película desoladora y trágicamente realista. “Los Falsificadores” Aquellos judíos privilegiados (si es que puede emplearse esta palabra en aquel infierno) que financiaban al III Reich desde Sachsenhausen.

Todo el poderío de ese nombre extraño, de ese lugar maldito entre los lugares, no me estremecería tan profundamente si yo mismo no hubiese profanado aquella tierra regada con la sangre de los mártires.

¡Que abyecta e imperdonable criatura se siente el ser humano ante tal valor, tantas veces silenciado en la masa inefable! No se donde reside , ni para que sirve la gloria de las criaturas muertas, pero esta noche, quiero dedicar el silencio de mi desarropada soledad , la bóveda de mi corazón impulsivo y confuso, a todos los héroes de la existencia cotidiana, que sufrieron persecución y muerte durante la II Guerra Mundial.

Tantas calaveras estercolan los verdes campos de mi vieja Europa, tantos cuerpos privados de esperanza que carecen de prole que los recuerde para la eternidad …

Esto me ha traído a la mente unos versos de mi amado Rimbaud:
“Si alguna agua de Europa deseo, es la charca
Negra y fría en la que, hacia el crepúsculo perfumado
Un niño se agacha radiante de tristeza, y bota
Un barquito frágil como una mariposa de mayo.”



Antes que la sala de cine, recorrí las estancias del moderno CaixaForum. Llegué hacia las diez y media, calculo. De entre el puñado de obras modernas que mastiqué sin entusiasmo, la que despertó más interés en mi fue un lienzo alegórico de la estancia de Rimbaud en el desierto de Abisinia. Podría describir el sentimiento que desarrolló en mi tal expropiación del que hasta entonces había tomado como el cantor íntimo y cabalístico de mis lecturas sonámbulas.

Tengo poco más que decir. Me vence el sueño. Concluí “El Extranjero” de Camus , y me dejó el sedimento vago de un deseo. Si, un deseo de escribir una novela psicológica, bajo el candil de Raskolnikov y otros míticos atormentados.

Fotografié por segunda vez todas las esculturas de Igor Mitoraj, auscultándolas entusiasmado como si jamás las hubiera visto. Son Maravillosas. Me dedicaré en otro momento a diagnosticar los chirridos y tambores clásicos que fermentan.

No pude evitar volver a gastar el dinero en libros. Supongo que es una inversión, o al menos eso asume mi alma para no sentirse asquerosamente burguesa y consumista. Compré un libro sobre la pintura de Lucian Freud, mi gran inspiración pictórica, un ensayo muy completo sobre arquitectura y sobre todo lo anterior, suplí una de las graves carencias de mi biblioteca personal: La Divina Comedia.

La noche del 17 al 18 de Marzo me verá abstraerme entre la ardiente tipografía del Infierno.

martes, 11 de marzo de 2008

El Maestro - Poemas en Prosa

Acomete los trayectos con las manos atadas a la espalda. Su grueso tronco y su porte se parecen , pues, a los mustios girasoles en un día nublado. Su lumbre duerme hoy lejos de aquí, como he podido conocer, tras muchos montes y muchos años, en la verdura fresca de la juventud y del norte. ¡Que dolorosa nostalgia del destierro, atada con sus manos, a su espalda! ¡Que dolor de grafías que sangran en sus pensamientos ocultos y torrenciales!

La imagen de su barba noble, de su barba santa, respetuosamente inclinada ante la inmensidad de algún texto, sale al encuentro de su nombre, impreso en la memoria.
¡Cuántos océanos se habrán derramado por el cristal de sus gafas!¡cuántos más por el brillo circunvalatorio de sus ojos!

No. Los líquenes y los musgos de su calle en invierno, no le hacen justicia. No. La vida es demasiado estrecha para discurrir en dos flujos temporales y él lo sabe; la vida y la muerte son un mismo golpe.

¡Que sabio y desmesurado me parece, aquel hombre que camina con la vida atada, con sus manos, a su espalda!

Aquel hombre, que sedujo en la viscosidad de una lengua viva, la gloria de los poetas latinos. ¡Que fragor de arcaicos tambores, de bronces clásicos y pulidos, de mármoles descoloridos y mitos salvajes y dislocados!
¡Que hervor de sangre esconde, y solo regala, profiriendo en palabras procelosas a sus más allegados!

Que silencio, a la orilla del mar, atado con sus manos, a su espalda.

Aquel hombre que camina, ahogándose en el ser de su otro, aquel hombre que tanto desconozco como admiro, y que camina con una sonrisa afable, que sospecho máscara de los abismos que el lenguaje no alcanza: ese hombre es la niebla que prolonga sus raíces en la noche estampada.

El triunfal deshielo, de los inviernos crudos de la posguerra, rindió sus lágrimas a su atormentado acento .
Tiene su aliento la humedad que precipita la tromba, el desconsolado don del hijo del trueno, la profunda y resonante vibración que haría encogerse conmovido al mismo dios de los infiernos. ¡Descubríos ante él!

Cuando la noche abarca la extensión de mi incómoda mirada, corrompida en multitud de sombras que acometen su topografía en poliedros dislocados y figuras planas, ¡Cuánto me angustia contemplar los laberintos humanos!

Las calles obscenamente anaranjadas por la luz eléctrica de las farolas, me conducen estúpidamente, y yo ,que me arrastro por las calzadas que no barre la bondad de ningún Dios, dedico la poca divinidad que pueda residir en mis manos al maestro que me enseño tanto y del que se tan poco.

domingo, 13 de enero de 2008

NIEBLA

Vi a la niebla bebiendo en el estanque
Tal y como gustaba hacerlo al cisne.
Lamenté de verdad que el imposible
Suscitara un consuelo semejante.

Los violentos olivos eran hambre
De su ser, solo sombras sin perfiles,
Solo espuma difusa e indefinible,
Ofuscada en sus perlas y en sus aires.

En la fuente vidriosa de las lágrimas
Nos veremos, que ya no vienen solas
Las imágenes santas del invierno,

Han pasado deprisa tantas páginas,
Que en las ciénagas del dolor me toca
Enterrar la alegría de otro tiempo.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Ante la Tumba de César


Velan claveles tu lápida,
Tu epitafio lame pétalos
De coral embravecido.

Estrechas un horizonte
De lombrices en tu cráneo,

No escuchas más que el sonido
De las alcobas vacías.

Si retumba tu osamenta
Atravesada de asfalto,

Si recogen de tu lengua
Polvorientos epigramas,

Recuerda, César, la Galia
Que arrasaste tras tu paso.

No me importa que te llames
Napoleón o Adolfo Hitler,

Ya solo importan las madres
Que oscurecen de dolor
Al ver morir a sus hijos,

Al ver morir a sus hijos.

La tierra misma retuerce
El rostro de las montañas,

Los campos tiznados de odio.

Los ríos salvajemente
Violados por tu codicia.

Escarbo entre mis entrañas
Y te encuentro en mi nombre.

Santificando el poder,
El crimen y la violencia.

Y me repugno de todo
Cuanto yo podría ser,
César de orgullo metálico.

Hijo y padre de cuchillos.

Que te engullan los gusanos,
Que te repudien los niños
Y cicatrice la Tierra
En tu olvido, para siempre.

Repudio el Triunvirato,
Ni en dioses, reyes, tribunos,
Presidentes, comisarios,
Ni en profetas ni en políticos,
Tengo dominante alguno.

En la libertad tengo puesto,
César, alegría y pena,
Espíritu y corazón,
Gloria, trabajo y miseria.

Con el sudor de tus hombres,
El yugo de tus esclavos,
El arrojo del soldado
Que no entiende de fronteras,
Queda expropiado el laurel
Y elevada a las estrellas
Que la humanidad comparte,
La arcada de la victoria.

Y no importa la bandera,
Roja, negra o amarilla
Si sirve para hermanar
La esperanza de los hombres.

Ahí reside la gloria,
Cesar, miles de kilómetros
Por encima de tus huesos.

En un lugar donde el álamo
Monocorde de tus dedos
Jamás podrá arraigarse.

Solo te admiro a la carga,
Asumiendo el Estigio
Como un nuevo Rubicón.
Encabezando la legión
De las animas esclavas.

Adiós, Cayo Julio César,
Ante la hiedra que te cura,
Solo puedo abrazarte.

martes, 11 de diciembre de 2007

La Náusea



La lucidez de un solo instante basta
Para anegar de angustia los segundos;
Nací a los siglos en aquel estado,
En la concavidad del abandono,
Bajo el acecho de infinitos filos
Clavados sobre mí como ojos gélidos.

Existo, piel y número, respiro
Desmadejando sombras inconexas,
Que se alzan, vuelan y huyen de mi ser,
Que arremolinan florecientes sombras.

Existo para el tiempo de la muerte,
Existo alrededor de mis contornos,
Vibrando, orbito en torno al día de hoy
Descargo en él mi furia y mi lamento;
Araño el horizonte de lo puro,
Elevo el estandarte de lo eterno,
Decaigo en la tormenta de la duda,
Despierto cada vez con más esfuerzo.

Avanzo a manotazos en la noche,
Penetro a tientas en su negro cuerpo,
Redoblo mis zancadas diluidas,
Retina dislocada en brillos ciegos,

Las torres inquebrantables del ayer,
Imperdonablemente perseguidas,
Arena y sombra, océano sin márgenes
Donde cobija el corazón sus ruinas.

Aquí, en la asfixia nauseabunda, yo,
De la materia del escalofrío,
Desnudo los caminos de la angustia,
Repleto el cráneo de enfermizas flores,
Destilo fantasías y destinos,
Para aplastarlos todos contra el vientre.

Ato mis huesos al helado mármol
Ahondo en la esbeltez amoratada,
Entre la mano amable del bolsillo
Y el beso cálido de la bufanda.


¡Sombras! Cubridme y disolverme,
Llevadme en vuestro negro abrazo,
Poned en las garganta del invierno
Por hoy, por siempre
El último de mis fúnebres cisnes.




sábado, 29 de septiembre de 2007

DÉDALO





En la espiral converge la tormenta,
Allí donde oscurecen como labios,
Unas alas gravísimas de olvido.

El aire se desploma en mi costado
Me digiere en la cruz de su mandíbula
Me embarca entre la bruma de su abrazo.

En las concavidades de la noche,
Sin señal que me ayude a levantarme,
Siento un cuerpo de luna que me mira,
temblando ruborosa por los charcos.

Cerrar los ojos, descontrola un río
Acariciando sus caderas de agua,
Sus lenguas incorpóreas, su dolor,
su rostro, siempre igualmente distinto

Despertar, soterrado por la altura
Que mutila mi gesto más valiente,
Es ceder al olvido los deseos
Que encamisan mi cielo de esperanza.

Es arrojarse ante las circunstancias
Que golpean inexorablemente.
Anticiparse a la humedad terrosa
en la hondura sombría de la tumba.

En el perfil de la alborada espera
Una última línea de victoria.

Una pregunta de mi boca hambrienta,
Mordiendo ferozmente los recodos.

Hoy, solo se adivina entre la bruma,
Que no existe respuesta en el deseo
Ni existe un cuerpo limpio de tormentas.


Solo Existen las ruinas de los hombres,
Corroídas por amores que no fueron,
Sino espejo de la desesperanza.

Solo existen murallas derruidas,
Solo transcienden huesos agrietados,
Por los que palpitó la carne joven.

Ya se olvida el murmullo de la sangre
Y solo se conoce el hastío
que prevalece sobre los fracasos.

Por los sueños que cuelgan de los dientes
Calcáreos de la historia, Soy un Hombre
A la deriva de la inercia acúatica,

Soy un pez entre sabanas de luna
Como un vaso ondulante de misterio,
Naciendo cada día que regresa,
Rodando por tu nombre y por tu cuerpo.

Soy quien siempre estará contigo, amándote,
Así lo siento, Delia, y me atormento,
Buscándote en los besos que no han sido,
Mas que palomas trémulas perdiéndose.