martes, 11 de diciembre de 2007

La Náusea



La lucidez de un solo instante basta
Para anegar de angustia los segundos;
Nací a los siglos en aquel estado,
En la concavidad del abandono,
Bajo el acecho de infinitos filos
Clavados sobre mí como ojos gélidos.

Existo, piel y número, respiro
Desmadejando sombras inconexas,
Que se alzan, vuelan y huyen de mi ser,
Que arremolinan florecientes sombras.

Existo para el tiempo de la muerte,
Existo alrededor de mis contornos,
Vibrando, orbito en torno al día de hoy
Descargo en él mi furia y mi lamento;
Araño el horizonte de lo puro,
Elevo el estandarte de lo eterno,
Decaigo en la tormenta de la duda,
Despierto cada vez con más esfuerzo.

Avanzo a manotazos en la noche,
Penetro a tientas en su negro cuerpo,
Redoblo mis zancadas diluidas,
Retina dislocada en brillos ciegos,

Las torres inquebrantables del ayer,
Imperdonablemente perseguidas,
Arena y sombra, océano sin márgenes
Donde cobija el corazón sus ruinas.

Aquí, en la asfixia nauseabunda, yo,
De la materia del escalofrío,
Desnudo los caminos de la angustia,
Repleto el cráneo de enfermizas flores,
Destilo fantasías y destinos,
Para aplastarlos todos contra el vientre.

Ato mis huesos al helado mármol
Ahondo en la esbeltez amoratada,
Entre la mano amable del bolsillo
Y el beso cálido de la bufanda.


¡Sombras! Cubridme y disolverme,
Llevadme en vuestro negro abrazo,
Poned en las garganta del invierno
Por hoy, por siempre
El último de mis fúnebres cisnes.




No hay comentarios: