martes, 21 de agosto de 2007

Parias de la Tierra ( 3ª Parte)


Tanto embargaban a Matías las emociones desatadas que cuando llegaron a casa de Purificación, el pobre anciano no pudo recordar nada de lo que hubieron hablado por el camino.
Bosquejó que debió de hacerla partícipe de su desesperación, debió de hablarle del desalojo, y de cómo antes de recibir ningún tipo de explicación se había visto arrojado a la calle. Si, algo así debió de haberla dicho, y por eso ella le conducía ahora a su casa.
-El ascensor se ha averiado, tendremos que subir por las escaleras. Pero no se preocupe Matías, que solo es un piso.
Mientras ascendía pesadamente por la estrechez de los escalones, pulidos durante años -tal vez siglos- por el trabajo de un numero incógnito de zapatos, el anciano tuvo tiempo de tomar conciencia de la nueva situación que se le planteaba.
Ahora que había encontrado un sitio donde refugiarse, se preguntaba porqué Pura le había acogido tan generosamente. No recordaba Matías signos de incomodo ni de malestar en la propuesta de aquella vieja conocida. Su sinceridad le tranquilizaba, le liberaba de un gran peso indefinible.
Realmente, no llegó a comprender que impulsó a Purificación Delgado, si fue solidaridad, compasión de un anciano vagabundo o si fueron verdaderamente rescoldos de amistad. Ya dicho, realmente no le importaba en ese momento.
Llegaron a su puerta y Pura abrió con la facilidad de lo cotidiano.


-Siéntese aquí que voy a avisar a mi marido.
Se dejó caer sobre un sillón, mientras Pura se alejaba por el pasillo.
No recordaba que estuviera casada.
-Una lástima tener que molestar también a un hombre que no le conocía de nada-pensó, pero el instinto de supervivencia salió al paso de la compasión- Malditos remordimientos, van a impedir a este anciano estar en paz tanto fuera como dentro de la calle.-
Se oía música procedente del interior de la casa, música clasica, tapizando la conversación que mantenían marido y mujer.
-Discuten por mi causa-
El peso de la culpa volvió a encorvar su espíritu.
Cerró los ojos, y todo se le deshizo en bruma a su alrededor: el tacto del sillón, la resistencia que este ofrecía al peso de su cuerpo, el suelo, todo. Creyó flotar en el aire durante un instante, pero la conciencia resucito al tercer nanosegundo. Estaba realmente cansado, lo mejor sería que durmiese un poco y luego se marchara, ¿pero a donde?
Ruido de Pasos, se apaga la música.
-Matías, este es Julián, mi marido-
La compostura le impulsó a desembarazarse rápidamente del sueño, comenzó a incorporarse, pero su esfuerzo debió de resultarle tan torpe a Pura que se lanzó sobre él para ayudarle.
-Gracias, gracias. Encantado …- masculló entre dientes al estrecharle la mano.
Julián era un hombre corpulento, de aspecto saludable, vestido con un yérsey rojo de lana. La primera palabra que evocó al verle fue “correcto”, era un hombre “correcto” al que seguramente no podría reprochársele nada.
-Descanse hombre, que estará cansado-sugirió cortésmente, con un chorro de voz que le resultó agresiva por su potencia sobrenatural.
No quiso esforzarse en aparentar que no ansiaba descansar y volvió a arrojarse al sillón. Realmente, los saludos no eran más que un tramite forzoso, un tramite obligado en las relaciones de aquella jungla humana, en la que todo el mundo guardaba las apariencias como si realmente, todo fuera correctamente organizado y justo.
Solo con contemplar su rostro, Matías comprendió lo incomodo de su situación en la casa. Seguramente Pura habría intercedido por él frente aquel oso. ¿Y que le podía espetar? Era natural que el macho dominante defendiera su cueva de la injerencia de otros, la compasión no emana de forma esporádica en la conducta animal. No hay sitio para la compasión en el reino natural, pero claro, con su yérsey y su música clásica, Julián se esforzaría hasta la saciedad en demostrar su comportamiento “correcto”.

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